Todo había salido según lo planeado. Sofía estaba muerta y nadie sospechaba, la señora Reynolds no se acordaría de nada en un par de horas gracias al suero que le habían administrado, pero él seguía muy tenso. Eso no entraba en sus planes; estaba muy seguro de que se sentiría tranquilo después de todo. Decidió tomar un trago para volver a la normalidad. Encendió el televisor, buscó las noticias y tal y como había imaginado era de lo único que halaban: “Una adolescente desaparecida y hallada muerta dos días después en el granero de su casa de campo”. No decían nada acerca del asesino o asesina. No estaba seguro de si eso lo consolaba o lo ponía más nervioso. Se levantó del sillón de golpe, y apagó bruscamente la tele. Miró su teléfono, no estaba seguro de hacer la llamada o no. Dio un golpe sobre la encimera de la cocina, se apoyó sobre los codos y rompió a llorar. ¿Cómo? ¿Cómo había acabado metido hasta el cuello? No podía sacarse esa pregunta de la cabeza, horas y horas pensando en lo mismo. ¿Podría llegar a vivir con ello? ¿Podría conciliar el sueño algún día? Lo que más temía eran las respuestas negativas a esas preguntas que le atormentaban. No podía quedarse viviendo allí, tenía que salir de esa ciudad, pero ahora no podía, sería demasiado sospechoso. Decidió actuar con naturalidad e intentar aparentar la mayor normalidad posible. Avanzó hasta el baño con paso lento, se lavó la cara, se miró al espejo y se dijo que todo saldría bien, se apretó la corbata granate, volvió a beber un último trago de whisky y se fue al trabajo.-U-
jueves, 10 de septiembre de 2015
Granate.
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